Aceptación y rechazo al narcotráfico: un estudio intergeneracional sobre distancia social y nivel de contacto Descargar este archivo (10. Aceptación y rechazo al narcotráfico.pdf)

David Moreno Candil1, Fátima Flores Palacios2

Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen

En el presente estudio se exploró el rechazo/aceptación al narcotráfico a través de la distancia social y el nivel de contacto con narcotraficantes que reportaron dos cohortes generacionales. Los participantes del estudio son originarios de una región en México que tiene una larga historia con el narcotráfico. Participaron un total de 228 sujetos divididos por edad: menores de 30 años y mayores de 50 años. Los participantes respondieron a un cuestionario para evaluar la distancia social y el nivel de contacto con narcotraficantes (α=0.843). Los resultados muestran que las personas jóvenes expresan menor distancia social hacia los narcotraficantes en comparación con los adultos. En lo que respecta al nivel de contacto, se encontró que los adultos reportaron tener “nulo” contacto con los narcotraficantes en mayor grado que los jóvenes; mientras que los jóvenes reportaron tener “alto” contacto con narcotraficantes en mayor medida que los adultos.

Palabras clave: Narcotráfico, Distancia social, Jóvenes, Intención de contacto

Abstract

The present study explored the acceptance/repulse towards drug trafficking through the social distance and degree of contact expressed by two generational cohorts regarding drug dealers. The participants of study were from a region in Mexico that has had a long history with drug trafficking. A total of 228 people participated in the study, they were divided according to age: youth (18 to 30 years old) and adults (over 50 years of age). The participants responded to a questionnaire designed to evaluate the social distance to drug traffickers and the degree of contact with this group (α=0.843). The results showed that young participants expressed less social distance towards drug trafficking than the adults. Regarding the degree of contact, adults expressed “null” contact with drug traffickers significantly higher than young respondents; whereas young respondents expressed a “high” degree of contact with traffickers significantly larger than the adult respondents.

Keywords: Drug trafficking, social distance, Youth, Contact intent

Introducción

El narcotráfico es una actividad delictiva que se refiere al cultivo, producción, distribución y venta de sustancias ilícitas (United Nations, 2013). Como muchos otros países de América Latina, México tiene una larga historia con esta actividad (Astorga, 2005; Valdés Castellanos, 2013), sin embargo, en fechas recientes se ha convertido en uno de los elementos más representativos del país, principalmente lo que tiene que ver con la violencia, influencia y poder de los grupos delictivos mexicanos.

De diciembre de 2006 a octubre de 2013, alrededor de 100 mil personas murieron a causa de enfrentamientos entre organizaciones criminales y/o entre las fuerzas del Estado (Investigaciones Zeta, 2013; Martínez, 16 de febrero de 2013). La cifra anterior no incluye a todas las víctimas: de 2006 a 2011, se registraron alrededor de 45 mil personas desaparecidas (Martín, 2011); tan solo en 2011, 160 mil personas se vieron obligadas a abandonar sus comunidades por temor a ser víctimas de los grupos criminales (Notimex, 20 de abril de 2012). Finalmente, el impacto de la violencia no se limita a las personas que la sufren directamente, sino que se expande a aquellas que se encuentran próximas a ésta. En este sentido, solamente en relación al homicidio doloso, en el 2010, se contabilizaron más de 64 mil víctimas invisibles, es decir, personas que son indirectamente afectadas por el homicidio de la víctima (Ramírez de Alba Leal, 2012). Con todo esto, no sorprende que en el listado de las 50 ciudades más peligrosas del mundo en 2013, nueve sean mexicanas (Redacción AN, 17 de enero de 2014).

Si algo se puede concluir de las cifras anteriores es que, el narcotráfico es peligroso para quienes se involucran en él, para quienes lo combaten, e incluso para aquellos que pese a no estar involucrados en esta actividad se encuentran cercanos a este fenómeno. Dada la alta peligrosidad relacionada con la cercanía al narcotráfico, se esperaría que las personas procurasen mantener la mayor distancia posible de la misma y de quienes se dedican a ella, es decir, que fuese una actividad altamente rechazada. Sin embargo, en ocasiones ocurre lo contrario, lo que se observa en algunos lugares es que el narcotráfico ha transitado “(…) de un fenómeno que de relativamente marginal pasó a ser parte de la vida cotidiana, a permear la sociedad y a imponerle, hasta cierto punto, sus reglas de juego (...)” (Astorga, 2004, pp. 88-89). Lo anterior se hace evidente en cómo se suman cada vez más integrantes a las huestes del crimen organizado (Garduño, 31 de marzo 2013) o también, cómo esta actividad sirve de sustrato para diversas producciones culturales (ver por ejemplo Córdova, 2007; De la Garza, 2008; Mendoza Rockwell, 2008).

Por tanto, en relación al narcotráfico en México, existen al menos dos tendencias: por un lado, alejarse de la actividad y sus agentes, cuyo caso extremo se aprecia en las personas que abandonan sus comunidades a raíz de la violencia generada por los grupos delictivos; y por otro, de quienes se acercan a la actividad y sus agentes, cuyo caso extremo se aprecia en quienes deciden dedicarse al narcotráfico. Con el fin de indagar la aceptación o el rechazo al narcotráfico, en el presente estudio se exploró la distancia social y el nivel de contacto que establecen distintos cohortes generacionales en relación a los narcotraficantes.

El concepto de distancia social tiene una larga trayectoria en los campos de la sociología y la psicología social, si bien, sus orígenes se pueden trazar a los trabajos de Durkheim, Simmel, y Park (Arteaga & Lara, 2004; Bichi, 2008; Garrido & Álvaro, 2007), será Bogardus (1925a;1925b; 1933) quien desarrolle una herramienta para medir dicho constructo. La distancia social se refiere a los niveles de simpatía y compresión entre individuos y/o grupos, que tienen que ver con la disposición a establecer relaciones con grupos distintos (Bogardus, 1925a). Pese a que se han desarrollado diversas estrategias para evaluar la distancia social, que difieren en mayor o menor grado de la propuesta original de Bogardus, la idea subyacente sigue siendo que, de forma análoga a la distancia física, se pueden establecer criterios para evaluar lo “cerca o lejos” que se asumen los grupos sociales entre sí. Los estudios de distancia social comúnmente remiten a fenómenos como los prejuicios, discriminación y/o conflictos intergrupales, de tal modo que, la distancia social que expresen los sujetos puede interpretarse como una forma de rechazo o aceptación de un grupo a otro (e.g. Brady & Kaplan, 2009); sea este de un grupo mayoritario a uno minoritario (por ej. Hernández Soto, 2005), o bien de los grupos minoritarios a los mayoritarios (e.g. Randall & Delbridge, 2005).

Dado que la distancia social tiene que ver con la disposición que expresan los miembros de un grupo para relacionarse con los de otro, es un requisito que en el contexto social en cuestión exista en efecto la posibilidad de que se den dichas relaciones. Por tal motivo, considerando el objetivo del presente estudio, se encuestó a sujetos originarios del estado de Sinaloa, región que se ha caracterizado por la presencia histórica del narcotráfico, por ende la posibilidad que tienen los habitantes de relacionarse con narcotraficantes es alta.

Un pequeño esbozo de la relación de Sinaloa con el narcotráfico

El estado de Sinaloa se encuentra ubicado en el noroeste de México y, “cuando en México se habla de narcotráfico, automáticamente se piensa en Sinaloa.” (Proceso,2011, p.7). Sinaloa ha sido una entidad clave en el desarrollo y actualidad del narcotráfico mexicano por varias razones. En primer lugar, habría que señalar la presencia histórica de la actividad en la entidad, por ejemplo, existe evidencia que el cultivo de enervantes como la mariguana y amapola, se remonta a finales del siglo XIX, se intensificó a partir de los años 40 del siglo pasado, y ha persistido hasta la fecha (Astorga, 2005; Valdés Castellanos, 2013).

Otro punto a considerar es que, pese a que las organizaciones criminales que han dominado el narcotráfico en México se nombran a partir de su asentamiento geográfico (e.g. Cártel de Juárez, Cártel de Tijuana), los líderes principales de estas organizaciones han sido mayoritariamente sinaloenses; desde Miguel Félix Gallardo hasta Joaquín “el chapo” Guzmán, pasando por los hermanos Arellano Félix y Amado Carrillo, la gran mayoría de los capos que han atestado las notas alusivas al narcotráfico han sido de origen sinaloense (Astorga, 2005; Blancornelas, 2006; Osorno, 2009; Valdés Castellanos, 2013). Aunado a lo anterior, vale la pena señalar que el Cártel de Sinaloa se considera actualmente como la organización criminal más fuerte del país, cuya influencia se expande por Estados Unidos, Centro y Sur América, Europa e incluso Asia (Nájar, 2012).

La presencia del narcotráfico en la entidad también se ha traducido en violencia, especialmente homicidios dolosos y enfrentamientos armados. En 2013, Sinaloa se ubicó en el segundo lugar nacional en tasa de homicidios con 41.19 casos por cada 100 mil habitantes, cifra considerablemente superior al promedio nacional que fue de 15.3 casos por cada 100 mil habitantes (Lozano, 2014). Si bien, es difícil atribuir la totalidad de estos homicidios al crimen organizado, la organización México Evalúa estima que en el período que abarca de 2006 a 2010, del total de homicidios que se cometieron en Sinaloa, el 85.8% de ellos fueron el resultado de rivalidad entre grupos criminales, el porcentaje más alto de todo el país en ese período (Ramírez de Alba Leal, 2012). Finalmente, también en 2013, Culiacán, la capital de Sinaloa, apareció en el lugar 16 en el listado de las 50 ciudades más violentas del mundo (Redacción AN, 17 de enero de 2014).

Curiosamente, la presencia del narcotráfico en Sinaloa no solo ha significado violencia. A la par del desarrollo criminal de la actividad, también se ha suscitado un desarrollo económico a partir del narcotráfico en Sinaloa. Es común escuchar que los traficantes cual bandidos generosos, usando el concepto de Hobsbawn (2011), invierten parte de sus fortunas en beneficio de sus pueblos de origen, en palabras de Astorga (2004), este tipo de acciones así como su involucramiento en negocios legítimos ha “(…) creado las condiciones propicias para el surgimiento de las formas de percibir a la actividad [narcotráfico] y a quienes la realizan como estigma o emblema (…)” (p. 71). Lo que se ilustra con este último punto es un posicionamiento ambivalente en relación al narcotráfico en Sinaloa: la actividad genera estragos, tiene repercusiones negativas, sin embargo, también tiene repercusiones positivas. Por su larga relación y primacía en esta actividad, analizar la relación de los sinaloenses con el narcotráfico, puede ayudar a entender lo que está pasando en el resto de México, y cómo esta actividad, pese a su peligrosidad sigue ganando adeptos (González Valdés, 2013a).

Método

Participantes

En el presente estudio participaron 228 personas originarias del estado de Sinaloa, residentes de Culiacán. El criterio de selección de los sujetos fue su pertenencia a uno de dos cohortes generacionales: menores de 30 años (n=122) y mayores de 50 años (n=106).

Cuestionario aplicado

Para el presente estudio se emplearon ocho ítems de la Escala de Proximidad Psicosocial al Narcotráfico (Moreno Candil & Flores Palacios, 2013) que corresponden a la dimensión de distancia social y de nivel de contacto. Los primeros siete ítems corresponden a la dimensión de distancia social, en los cuales se le pidió a los sujetos que expresasen su disposición, en formato Likert a seis puntos (0= nunca, y 5= siempre), para establecer relaciones de distintos grados de intimidad con narcotraficantes. La consistencia interna de estos ítems, evaluada a través del Alfa de Cronbach fue de 0.851.

En el octavo ítem de la escala, se le pidió a los sujetos que respondieran sobre el nivel de contacto que tienen con personas que se dedican al narcotráfico (Considerando a las personas con las que Ud. interactúa habitualmente, ¿conoce a alguien que se dedique al narcotráfico?). Nuevamente se ofreció una escala graduada a 6 puntos (0= no conozco a nadie que se dedique al narcotráfico, y 5 = sí, personas con las que convivo con mucha frecuencia). La consistencia interna de la escala incluyendo este ítem en conjunto con los siete que corresponden a la distancia social hacia el narcotráfico fue de 0.843.

Procedimiento

El cuestionario fue aplicado mediante un muestreo por oportunidad (Coolican, 2005) a sujetos nacidos en Sinaloa y que radicasen en Culiacán. La escala se aplicó en diversos horarios durante los primeros meses de 2013 en las principales plazas públicas de la ciudad, así como otros puntos de reunión de la ciudadanía, tales como centros comerciales, mercados y parques. Se les explicó a los potenciales participantes que se estaba “realizando una investigación con fines de conocer la opinión de la ciudadanía sobre el fenómeno del narcotráfico”. Dado el carácter sensible de la temática tratada, también se señaló que las respuestas serían manejadas de manera confidencial, por lo que no se solicitaría nombre ni ningún otro dato que permitiera su identificación. Pese a este señalamiento, un gran número de personas se rehusaron a participar en el estudio al conocer la temática del mismo. Para el análisis de los datos se utilizó el programa estadístico SPSS 21.0 (IBM Corporation, 2012).

Resultados

Distancia social en relación a los narcotraficantes

Se estimó el Índice de Distancia Social hacia los narcotraficantes (IDSN). Este índice corresponde a la sumatoria de las puntuaciones de cada uno de los siete ítems que componen la dimensión de distancia social, dividida entre el valor máximo posible, de tal forma que se obtiene un valor entre 0 y 1 para cada sujeto. Recordando la dirección de la escala, tenemos que a menor puntaje mayor rechazo (mayor distancia social), es decir, los sujetos expresaron que “nunca” aceptarían ninguna de las relaciones con un narcotraficante; a mayor puntaje, mayor aceptación (menor distancia social) hacia los narcotraficantes, los sujetos expresaron que “siempre” aceptarían las relaciones presentadas con un narcotraficante.

Las puntuaciones promedio en el IDSN en cada uno de los grupos considerados fueron ligeramente distintas y relativamente bajas (Mjóvenes= 0.0792; Madultos=0.0502) esto se debió a que un gran número de sujetos obtuvo el valor de máximo rechazo (IDSN=0). Debido a lo anterior, el IDSN no se distribuyó normalmente en los grupos considerados, por tanto, para comparar las respuestas dadas por cada grupo se recurrió a pruebas no-paramétricas (Coolican, 2005).

Al contrastar las respuestas dadas en cada ítem, así como los puntajes obtenidos en el IDSN, mediante la prueba U de Mann-Whitney (Coolican, 2005), se encontraron diferencias estadísticamente significativas en dos de los ítems (“ser vecino de un narcotraficante” y “que un familiar se dedique al narcotráfico) , así como en el IDSN (Tabla 1). En los tres casos los rangos promedios son mayores en los jóvenes que en los adultos.

Tabla 1. Diferencias en rangos promedio de ítems e Índice de Distancia Social hacia los Narcotraficantes

Ítem

Cohorte generacional (rango promedio)

U

Jóvenes

Adultos

Ser vecino de un narcotraficante*

122.60

105.18

5478*

Un familiar se dedique al narcotráfico**

126.01

101.25

5062**

Índice de Distancia social*

123.99

103.66

5316*

*Diferencia estadísticamente significativa a p≤0.05 ** Diferencia estadísticamente significativa a p≤0.01

Considerando que el objetivo del presente estudio fue evaluar la aceptación/rechazo al narcotráfico a través de la distancia social hacia los narcotraficantes, se optó por recodificar los resultados obtenidos. Nuevamente, la escala está puntuada de tal forma que el rechazo al narcotráfico viene dado por el valor de 0, mientras que los valores restantes (del 1 al 5 en cada ítem) expresan un nivel de no-rechazo hacia los narcotraficantes. Dicho de otro modo, los participantes que obtuvieron un IDSN de 0 están expresando un rechazo total hacia cualquier tipo de relación con narcotraficantes. Al contrario, los participantes que obtuvieron valores en el IDSN mayores a 0, no están expresando rechazo total hacia los narcotraficantes, es decir, independientemente de la magnitud del IDSN, un valor mayor a 0 implica un nivel de proclividad a aceptar relacionarse con narcotraficantes. Al considerar esta nueva codificación se hacen más claras las diferencias en los grupos encuestados.

Tabla 2. Rechazo/no-rechazo al contacto con narcotraficantes

Cohorte generacional

Rechazo al contacto

No-rechazo al contacto

Jóvenes

37.7%

62.3%

Adultos

54.7%

45.3%

Se puede apreciar una inversión en los porcentajes de participantes que expresaron rechazo y los que expresaron no-rechazo al contacto con narcotraficantes al considerar el cohorte generacional al que pertenecen los sujetos (Tabla 2). Mientras que más de la mitad de los adultos expresan rechazo al contacto con narcotraficantes (54.7%), solo poco más de la tercera parte de los jóvenes encuestados (37.7%) comparten esta posición. Al considerar el no-rechazo, los roles se invierten, más de la mitad de los jóvenes (62.3%) reportaron valores de IDSN que los colocan en esta categoría, a diferencia del 45.3% de los adultos. Cabe señalar que estas diferencias son estadísticamente significativas (χ2 (1, N=228)= 6.617, p≤0.01), por tanto, el cohorte generacional al que pertenecen los participantes sí influyó en el rechazo o no en relación al contacto con los narcotraficantes.

Nivel de contacto con narcotraficantes

El nivel de contacto con narcotraficantes fue evaluado a través de un solo ítem. Para facilitar el análisis, a manera similar del IDSN, los valores obtenidos en este ítem fueron recodificados. Los participantes que emitieron un valor de 0 reportan la ausencia de contacto con narcotraficantes o contacto nulo. Los que emitieron valores de 1, 2 y 3 se consideraron con un contacto moderado con narcotraficantes, pues aunque estos sujetos reconocen conocer a personas que se dedican al narcotráfico, el contacto que tienen con estos es poco frecuente y por lo general implica nula o poca interacción de parte del sujeto. Finalmente, los participantes que emitieron valores de 4 y 5, se consideraron con un nivel de contacto alto con narcotraficantes, ya que estos valores remiten a un contacto frecuente o muy frecuente con personas dedicadas al narcotráfico.

La cantidad de jóvenes y adultos que reportaron contacto moderado es similar (55.7% y 53.8%, respectivamente), las diferencias entre los grupos se hacen evidentes al considerar los extremos en el nivel de contacto. De los participantes que reportaron ausencia de contacto con narcotraficantes, el porcentaje de adultos es alrededor del doble de el de los jóvenes (30.2% vs. 14.8% respectivamente). Por otro lado, en el nivel alto de contacto con narcotraficantes, los roles se invierten, en este caso, el porcentaje de jóvenes es casi el doble que el de adultos (29.5% vs. 16%). Cabe señalar que las diferencias en el nivel de contacto de acuerdo al cohorte generacional de los participantes es estadísticamente significativa (χ2 (2, N=228)= 10.629, p ≤ 0.01). Por tanto, el pertenecer a determinado grupo generacional sí influye en el nivel de contacto que se tiene con los narcotraficantes, siendo mayor en los jóvenes que en los adultos.

Consideraciones finales. Distancia social y nivel de contacto: El narcotráfico a través de las generaciones

En líneas anteriores quedó establecido que el narcotráfico genera violencia, la cual no se limita a quienes participan en esta actividad, sino que se expande a quienes la combaten y al grueso de la comunidad, como pone en evidencia la cantidad de personas que han perdido la vida en los últimos años en México. Dada la alta peligrosidad relacionada con el narcotráfico, se esperaría que la comunidad buscara mantenerse alejada del mismo, sin embargo, tal como muestran los resultados del presente estudio, incluso en lugares como el estado de Sinaloa donde los estragos de la violencia del narcotráfico son innegables, no existe un rechazo generalizado a esta actividad, los jóvenes encuestados expresaron significativamente menos rechazo (menos distancia social) hacia los narcotraficantes que los adultos, así como mayor frecuencia de interacción (nivel de contacto) con personas relacionadas al crimen organizado. ¿A qué se debe esta diferencia entre jóvenes y adultos? ¿Acaso no son testigos del mismo fenómeno, de los mismos efectos?

Aunque el narcotráfico y los narcotraficantes han existido en Sinaloa por la mayor parte de un siglo (Astorga, 2005), este fenómeno no ha sido el mismo durante todo este tiempo, por ende, las distintas generaciones de sinaloenses lo han experimentado y lo experimentan de formas distintas (González Valdés, 2013b). A lo largo de su historia en Sinaloa –al igual que en México– se pueden señalar distintos momentos importantes o hitos en el desarrollo del narcotráfico, uno de estos corresponde a la Operación Cóndor, iniciada en 1977, y corresponde a la primera acción militar focalizada contra el narcotráfico en México, la más grande desplegada hasta entonces (Astorga, 2005; Valdés Castellanos, 2013). Este momento representa también el punto de corte para la muestra encuestada en el presente estudio: los adultos, que fueron testigos y crecieron en un Sinaloa pre-Operación Cóndor; y los jóvenes, quienes nacieron después de esta acción militar, y por ende crecieron en un entorno con un narcotráfico muy distinto al que caracterizó las décadas previas a los 80´s del siglo pasado.

¿En qué se distingue el narcotráfico antes y después de la Operación Cóndor? En las décadas previas, el narcotráfico era ya un negocio ilícito altamente redituable en Sinaloa, sin embargo, se mantenía como una actividad marginal, los “gomeros”3 eran por lo general gente de las zonas serranas del Estado que “bajaban” a la ciudad, principalmente Culiacán, a vender su producto (Astorga, 2004; 2005). Obviamente, en Culiacán y otras ciudades había personas que también se dedicaban a esta actividad, pese a ello, los gomeros eran un grupo fácilmente identificable y distinto a los “citadinos”. Uno de los efectos de la Operación Cóndor fue que forzó el contacto entre los “serranos” y los “citadinos”. Debido a la violencia y violaciones a los derechos humanos cometidas durante la Operación Cóndor, un alto porcentaje de los sinaloenses de las zonas serranas del Estado, se vieron forzados a migrar -más de 2 mil comunidades fueron abandonadas (González Valdés, 2013a)– a los centros urbanos de Sinaloa, principalmente a Culiacán (Lizárraga Hernández, 2004). Este proceso ocurrió a finales de la década de los 70 del siglo pasado, por tanto, los adultos que participaron en el estudio (personas mayores de 50 años) fueron testigos de la llegada de los gomeros a la ciudad, así como de la mezcla de las tradiciones y costumbres urbanas y rurales que caracterizó a Sinaloa desde entonces.

A diferencia de los adultos, los jóvenes sinaloenses, que nacieron durante los años 80, no fueron testigos de la “llegada” de los gomeros, para ellos, el narcotráfico nunca fue una actividad marginal. Durante las décadas de los 70´s y 80´s, a la par del crecimiento del narcotráfico, se popularizan películas (Vertiz de la Fuente, 2009) y canciones (Astorga, 2004) que tuvieron como temática central el narcotráfico. Del mismo modo, desde mediados de la década de los 80, en particular a partir del caso Camarena4 (ver por ej. Valdés Castellanos, 2013), comenzó un bombardeo mediático de notas sobre el narcotráfico; capturas, decomisos, destrucciones de plantíos, ejecuciones, matanzas y decapitaciones se hicieron cada vez más comunes en la prensa nacional. Aunado a lo anterior, si bien, para las generaciones previas era sencillo diferenciarse de los “gomeros”, esta distinción se volvió cada vez más compleja para futuras generaciones, pues si bien las primeras olas de gomeros “llegaron” de otro lugar, las subsecuentes nacieron, crecieron y se desarrollaron compartiendo espacios con la comunidad urbana. Por tanto, por lo menos en el caso de Sinaloa, el narcotráfico para los jóvenes siempre ha estado presente.

Volviendo sobre los resultados del presente estudio, se encontró una correlación moderada pero significativa entre el Índice de Distancia Social hacia los narcotraficantes y el nivel de contacto con narcotraficantes (ρ (228)= 0.302, p≤0.001), si bien, no es posible establecer causalidad a partir de estos datos, el recuento histórico precedente, permite suponer que ha sido el mayor contacto con narcotraficantes lo que ha derivado menor distancia social, y por ende, menor rechazo que se expresa a establecer relaciones con este grupo. Diversos estudios sobre distancia social apuntan en esta dirección, el aumento de contacto con el exogrupo, en este caso los narcotraficantes, disminuye la distancia social, el prejuicio y el rechazo, por ejemplo: hacia los enfermos mentales (Corrigan, Backs Edwards, Green, Lickey Diwan & Penn, D. L. 2001; Senra-Rivera, De Arriba-Rossetto & Seoane-Pesquerra, 2008), hacia otros grupos étnicos (Angosto & Martínez, 2004; Morera, et al., 2004), o hacia homosexuales y lesbianas (Toro-Alfonso & Varas-Díaz, 2004). De hecho, desde los trabajos pioneros de Bogardus, la idea de que la interacción entre los grupos favorece la disminución de la distancia social entre los mismos estaba presente (Wark & Galliher, 2007). Habitualmente, cuando se discute sobre prejuicios o discriminación, la disminución de la distancia social entre los grupos es algo positivo, sin embargo, para el presente caso esto quizás no sea lo más idóneo.

En un contexto social conviven simultáneamente una gran cantidad de grupos, para el sano desarrollo de dicho contexto social lo ideal sería que todos estos grupos coexistieran de forma pacífica. En el contexto sinaloense se tiene también una amplia gama de grupos sociales, sin embargo, uno de estos, el de los narcotraficantes, pese a generar derrama económica en la entidad, acarrea consigo grandes costos sociales tales como la violencia e inseguridad. De este modo, el hecho que los jóvenes expresen una tendencia a aceptar la presencia y buscar el contacto con estos agentes, vuelve también permisibles y aceptables las acciones delictivas que estos realizan. De este modo, el problema no radica meramente en la aceptación de los agentes, sino la aceptación implícita de sus acciones. Como muestra de esta tendencia en la juventud sinaloense, basta referir a los sucesos ocurridos durante febrero de 2014 tras la captura de Joaquín Guzmán líder del cártel de Sinaloa, en estas fechas se suscitaron dos manifestaciones públicas, nutridas principalmente de jóvenes, para exigir la liberación del capo (Valdez, 2 de marzo de 2014). La aceptación latente y expresada en los resultados del presente estudio, se puede ver materializada en este tipo de acciones, donde los jóvenes salen a la defensa de un personaje a quien se le atribuyen, directa o indirectamente, una amplia gama de delitos con graves repercusiones para la sociedad.

Si bien, no es posible establecer una relación directa entre la distancia social y nivel de contacto expresados por los jóvenes encuestados, estos fenómenos aunados a las condiciones de pobreza, falta de oportunidades laborales y educativas que caracterizan a México en la actualidad (Enciso, 30 de julio de 2013) pueden estar contribuyendo al involucramiento de este grupo en actividades relacionadas al crimen organizado. De este modo, la aceptación al narcotráfico se puede convertir en un problema más grave. Pese a que el presente estudio se centró en una muestra sinaloense y, como quedó establecido en líneas previas, existe una relación peculiar entre el narcotráfico y Sinaloa que ha facilitado el desarrollo de estos fenómenos, lo cierto es que el narcotráfico no es un fenómeno exclusivo de Sinaloa, es algo que aqueja a todo el país. Por tanto, es posible que situaciones análogas estén ocurriendo en otras latitudes, si en verdad se pretende reducir los estragos que el narcotráfico genera en México es necesario explorar a mayor detalle y a través de distintas metodologías la forma en la que los ciudadanos que coexisten cotidianamente con esta actividad dan sentido a su interacción con la misma.

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Notas

1. Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México, dmorenocandil@gmail.com

2. Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales sede foránea de la UNAM, fatflor@servidor.unam.mx

3. De este modo se denominaba a quienes se dedicaban al cultivo y procesamiento de la amapola, de la cual extraían goma de opio, por esto gomeros.

4. Se refiere al secuestro, tortura y asesinato de un agente encubierto de la DEA (Drug Enforcement Agency) y un piloto mexicano por miembros del cártel de Guadalajara. Este hecho generó tensiones entre los gobiernos de México y Estados Unidos y llevó a que se filtrara información sobre la corrupción al interior de las fuerzas encargadas de combatir el crimen organizado en México. Eventualmente concluye con la captura de Rafael Caro, Ernesto Fonseca y Miguel Félix, líderes de esta organización delictiva, la desarticulación del cártel de Guadalajara repercutirá en una transformación radical en el mapa del narcotráfico mexicano (Astorga, 2005; Valdés Castellanos, 2013).